El melanoma es un tipo grave de cáncer de piel que se origina en las células productoras de pigmento de la piel (melanocitos). Si no se trata a tiempo, puede metastatizar a otros órganos, poniendo en riesgo la vida. Según las estadísticas, la incidencia de melanoma continúa en aumento a nivel mundial, estrechamente relacionada con la mayor exposición a la radiación ultravioleta y factores genéticos. El diagnóstico y tratamiento tempranos son clave para mejorar las tasas de curación, por lo que la conciencia pública sobre esta enfermedad es fundamental.
Las lesiones de melanoma generalmente aparecen en la superficie de la piel, pero también pueden ocurrir en los ojos, mucosas u órganos internos no cutáneos. Su desarrollo es rápido, pero si se detecta en las primeras etapas, la extirpación quirúrgica suele ser curativa. En los últimos años, los avances en inmunoterapia y terapias dirigidas han brindado más opciones de tratamiento para pacientes en etapas avanzadas. Comprender sus causas, síntomas y métodos de diagnóstico ayuda a la población a actuar oportunamente.
Las causas del melanoma son complejas, involucrando la interacción entre factores genéticos y ambientales. La exposición prolongada a la radiación ultravioleta (UV) es el principal factor ambiental, especialmente en las bandas UVA y UVB, que dañan el ADN y inducen mutaciones en los genes de los melanocitos. Estudios clínicos indican que una quemadura solar severa en una sola ocasión (especialmente en la infancia o adolescencia) aumenta significativamente el riesgo, y la exposición repetida lo agrava.
La predisposición genética juega un papel clave en aproximadamente el 10% de los casos, con mutaciones en genes como CDKN2A y BRAF relacionadas con antecedentes familiares. Además, un sistema inmunológico debilitado (como en receptores de trasplantes de órganos que usan inmunosupresores) o ciertas síndromes genéticos (como la xeroderma pigmentoso) aumentan el riesgo. Otros factores incluyen:
Los síntomas del melanoma suelen centrarse en las lesiones cutáneas, con manifestaciones comunes que incluyen:
Algunas lesiones pueden acompañarse de síntomas como picazón, sangrado o ulceración. Los melanomas no cutáneos (como los intraoculares o mucosos) pueden presentarse con visión borrosa, úlceras en mucosas o sangrado inexplicado. Ante cambios en la piel o mucosas, se debe consultar inmediatamente.
El diagnóstico del melanoma generalmente consta de una evaluación inicial y confirmación histopatológica. Primero, el dermatólogo realiza una inspección visual y dermatoscopia para evaluar si la lesión cumple con la «regla ABCDE». Si se sospecha malignidad, se realiza una biopsia para confirmar las características celulares. El informe patológico evalúa la profundidad de invasión (como el nivel de Clark) y marcadores moleculares (como mutaciones en BRAF), datos cruciales para la estrategia de tratamiento.
El diagnóstico adicional puede incluir estudios de imagen, como ecografías para evaluar la metástasis en ganglios linfáticos, y tomografías o PET-CT para detectar metástasis a órganos distantes. Para pacientes sospechosos de enfermedad avanzada, los médicos pueden recomendar análisis genéticos para diseñar un plan de tratamiento personalizado. La precisión en el diagnóstico temprano depende de la vigilancia de los síntomas por parte del paciente; la autoexploración regular de la piel es clave para la prevención y detección temprana.
El plan de tratamiento se ajusta según la etapa del cáncer y la presencia de metástasis. El melanoma en etapas tempranas (0-III) se trata principalmente con cirugía, que generalmente requiere márgenes de 2-3 cm. Para pacientes con alto riesgo, puede realizarse biopsia del ganglio centinela para evaluar la probabilidad de metástasis. Si hay metástasis en los ganglios, se puede añadir inmunoterapia o terapias dirigidas tras la cirugía.
El melanoma avanzado o metastásico (etapa IV) requiere terapias sistémicas. Los inhibidores de puntos de control inmunitarios (como anticuerpos monoclonales anti-PD-1/PD-L1) estimulan la respuesta inmunitaria contra las células cancerosas. La terapia dirigida, enfocada en mutaciones en BRAF o MEK, incluye combinaciones como vemurafenib y trametinib. La quimioterapia se usa menos en la actualidad, pero aún puede ser opción en casos específicos. La radioterapia se emplea principalmente para aliviar síntomas, no como cura definitiva.
La prevención del melanoma se centra en reducir la exposición a la radiación ultravioleta. Las medidas diarias incluyen:
Los grupos de alto riesgo (como quienes tienen antecedentes familiares) deben aumentar la frecuencia de monitoreo. Estudios muestran que las quemaduras solares en la infancia aumentan el riesgo de melanoma, por lo que la educación en protección solar infantil es fundamental. Evitar camas de bronceado (tanning beds) reduce la exposición artificial a UV. Las pruebas genéticas pueden ayudar a familias con riesgo hereditario a realizar un monitoreo preventivo.
Debe acudir al médico de inmediato si presenta:
Los melanomas no cutáneos pueden ser difíciles de detectar; si presenta visión borrosa inexplicada, úlceras en mucosas o úlceras cutáneas persistentes, consulte inmediatamente. La revisión periódica de la piel ayuda a detectar en etapas tempranas, especialmente en grupos de alto riesgo como aquellos con antecedentes de quemaduras solares o antecedentes familiares, quienes deben someterse a exámenes profesionales anualmente.