La resección hepática es una intervención quirúrgica que consiste en remover parcial o totalmente el tejido del hígado para tratar enfermedades hepáticas. Se utiliza principalmente para erradicar tumores malignos, benignos o daños severos en el hígado, con el fin de prevenir la propagación de la enfermedad o la insuficiencia del órgano. Este procedimiento puede ser abierto o mínimamente invasivo, dependiendo del estado del paciente y la evaluación del médico.
El objetivo de la cirugía incluye la extirpación directa de tumores malignos para prolongar la supervivencia del paciente, o la remoción de tumores benignos que obstruyen la función hepática (como adenomas hepáticos). En los últimos años, gracias a avances en técnicas mínimamente invasivas, las heridas quirúrgicas y los tiempos de recuperación han mejorado significativamente, convirtiéndose en la opción preferida para tratar tumores malignos hepáticos.
La resección hepática se divide principalmente en resección anatómica (según la segmentación de los vasos sanguíneos y conductos biliares del hígado) y resección no anatómica (remoción directa del tejido alrededor del tumor). La cirugía laparoscópica o asistida por robot, que utiliza pequeñas incisiones para introducir instrumentos endoscópicos, reduce el daño tisular y acelera la recuperación.
El mecanismo de la cirugía consiste en eliminar completamente el tejido afectado, preservando suficiente tejido hepático saludable para mantener las funciones metabólicas. Después de la resección, el hígado remanente puede regenerarse, pero es necesario evaluar si la función hepática del paciente es suficiente para soportar la regeneración, para evitar el riesgo de insuficiencia hepática.
Se aplica en casos de carcinoma hepatocelular primario, metástasis hepáticas, tumores benignos grandes (como hemangiomas hepáticos), o cálculos en los conductos biliares intrahepáticos que causan infecciones recurrentes. Cuando el tumor no se ha diseminado y la función hepática del paciente cumple con el grado B de Child-Pugh, se considera indicación quirúrgica.
Otras situaciones incluyen quistes hepáticos que comprimen estructuras importantes, traumatismos hepáticos con daños extensos, o ciertas enfermedades hepáticas hereditarias (como adenomas hepatocelulares). Es necesario confirmar los límites del tumor mediante estudios de imagen y biopsia para asegurar la resección completa.
La cirugía requiere anestesia general y, dependiendo del alcance de la resección, puede ser resección parcial del hígado (segmentos o lóbulos) o hepatectomía total (rara, generalmente en combinación con trasplante hepático). La cirugía laparoscópica requiere 3-4 pequeñas incisiones, mientras que la cirugía abierta necesita una incisión abdominal de 10-20 cm.
No existe un concepto de “dosis”, pero el alcance de la resección debe calcularse con precisión. El médico utilizará simulaciones en 3D preoperatorias para asegurar que el volumen residual del hígado sea suficiente (generalmente se reserva más del 30% del tejido hepático saludable), para evitar la insuficiencia hepática postoperatoria.
En comparación con el trasplante hepático, esta cirugía no requiere esperar un órgano donado y evita el uso de inmunosupresores. Para pacientes con cáncer hepático en etapas tempranas, la tasa de recurrencia local postoperatoria es baja, siendo una opción clave para la curación.
Los principales riesgos incluyen hemorragia significativa, insuficiencia hepática y fuga biliar. Postoperatoriamente, pueden presentarse infecciones abdominales, formación de coágulos o daño en el tejido hepático que cause alteraciones en la coagulación. Aproximadamente el 5-10% de los pacientes experimentan síntomas de síndrome de disfunción hepática residual, que puede conducir a insuficiencia hepática aguda.
Los efectos secundarios a corto plazo incluyen dolor, diarrea o alteraciones en la absorción nutricional, y a largo plazo pueden afectar la coagulación o causar alteraciones metabólicas. Los pacientes de edad avanzada o con función hepática comprometida tienen un mayor riesgo de complicaciones postoperatorias y requieren monitoreo estrecho.
Las contraindicaciones incluyen insuficiencia hepática grado C en la clasificación de Child-Pugh, tumores metastásicos extensos, coagulopatía no controlada o fallo sistémico que impida soportar la anestesia. Antes de la cirugía, se debe evaluar la función cardiopulmonar y la relación del tumor con grandes vasos sanguíneos.
Después de la cirugía, se deben evitar el alcohol y medicamentos hepatotóxicos, y realizar seguimiento periódico de la alfa-fetoproteína y estudios de imagen. Los pacientes con diabetes deben controlar su glucosa, ya que niveles elevados pueden retrasar la cicatrización de heridas.
Frecuentemente se combina con quimioterapia preoperatoria (tratamiento neoadyuvante) para reducir el tamaño del tumor y facilitar la resección. Postoperatoriamente, puede complementarse con radioterapia o medicamentos dirigidos para reducir la recurrencia. Los pacientes en anticoagulantes deben ajustar su medicación para evitar hemorragias durante la cirugía.
En combinación con trasplante hepático, se debe evaluar si el tumor cumple con los criterios de Milan. Cuando se combina con radioterapia, se debe tener en cuenta la posible lesión hepática radiada y la interacción con la herida quirúrgica.
Los pacientes con carcinoma hepatocelular en etapas tempranas que se someten a resección hepática tienen una tasa de supervivencia a 5 años de hasta el 60-70%, mucho mayor que otros tratamientos no quirúrgicos. Estudios grandes muestran que la resección laparoscópica y la abierta tienen resultados similares en control tumoral, pero la tasa de complicaciones se reduce en un 30% con laparoscopía.
La resección curativa ofrece mejor supervivencia libre de recurrencia (RFS) que la ablación local. La capacidad de regeneración hepática es fuerte, y si el alcance de la resección es adecuado, el remanente hepático puede compensar en pocas semanas.
Para quienes no pueden someterse a cirugía, las opciones incluyen ablación por radiofrecuencia (RFA) o quimioembolización transarterial (TACE), aunque con mayor tasa de recurrencia local. La quimioembolización es adecuada para múltiples tumores pequeños, pero no elimina completamente la lesión. El trasplante hepático es una opción para tumores metastásicos, pero requiere cumplir con criterios estrictos y largos tiempos de espera.
El tratamiento paliativo, como radioterapia o inmunoterapia, puede usarse en pacientes que no pueden ser curados, pero no reemplaza la efectividad curativa de la cirugía. La elección de la alternativa debe considerar el estadio del tumor y el estado general de salud del paciente.
¿Qué preparativos son necesarios antes de la cirugía para asegurar una resección hepática exitosa?
El paciente debe someterse a evaluación de anestesia general, pruebas de función hepática y estudios de imagen (como tomografía computarizada o resonancia magnética) para confirmar la extensión de la lesión y la distribución vascular. Antes de la cirugía, se deben ajustar los medicamentos anticoagulantes y seguir las indicaciones para la limpieza intestinal, reduciendo riesgos quirúrgicos.
¿Cuáles son las opciones para manejar el dolor después de la resección hepática?
En los primeros días postoperatorios, puede usarse una bomba de analgesia controlada por el paciente (PCA) para controlar el dolor, y posteriormente, se recetan analgésicos orales. El médico también puede recomendar ejercicios de respiración profunda guiados por fisioterapeutas para aliviar el dolor torácico y prevenir complicaciones pulmonares. Es importante evitar contener la respiración o realizar actividades vigorosas para reducir la tensión abdominal.
¿Cómo debe ajustarse la dieta para promover la recuperación?
Durante la primera semana, se recomienda una dieta líquida o semilíquida, como leche de arroz o gachas de pescado al vapor, ingiriendo pequeñas porciones varias veces al día. Entre la segunda y cuarta semana, se deben incluir progresivamente alimentos ricos en proteínas (como pescado de calidad y productos de soja) para reparar tejidos, evitando alimentos grasos o fritos para reducir la carga metabólica en el hígado. Es importante realizar controles periódicos de las funciones hepáticas para ajustar la dieta según sea necesario.
¿Cómo se evalúa y realiza el seguimiento del riesgo de recurrencia después de la resección?
El médico planificará un seguimiento basado en la naturaleza de la lesión original (maligno o benigno). Generalmente, se realizan ecografías o análisis de marcadores tumorales en sangre cada 3 a 6 meses, con mayor frecuencia durante los primeros dos años. En pacientes con antecedentes de cirrosis hepática, se requiere un monitoreo más estrecho de la presión portal y los indicadores de función hepática.
¿Cuánto tiempo tarda en recuperarse la actividad diaria y cuándo se puede volver a hacer ejercicio?
Por lo general, después de una observación hospitalaria de 5 a 7 días, el paciente puede ser dado de alta, pero la recuperación completa de las actividades diarias puede tardar entre 4 y 6 semanas. Durante las primeras dos semanas, se recomienda caminar, y en los tres meses siguientes, evitar levantar objetos pesados o realizar ejercicios intensos. La reanudación de ejercicios aeróbicos, como trotar lentamente, generalmente requiere esperar de 3 a 6 meses, y debe hacerse bajo evaluación del fisioterapeuta según la recuperación de la función hepática.